La NHL ha actuado a lo largo de su centenaria historia como crisol de las diferentes familias que existen entre los jugadores de hockey. Entre ellas se encuentran los porteros estadounidenses, clasificados por unos rasgos definidos como su agilidad entre los palos o una determinación especial.
Mike Richter aparece entre los mejores de su clase y de los New York Rangers, donde ocupó sus 14 temporadas como profesional. El guardameta de Pennsylvania da nombre al premio de mejor cancerbero universitario y posee algo que su ‘sucesor’ Henrik Lundqvist no, una Stanley Cup.
Antes de su aterrizaje en la liga, Richter formó parte de la selección de los Estados Unidos en el Campeonato Mundial Junior de 1985. Pese a unos números discretos en el torneo, los Rangers eligieron al meta con la 28ª selección en el draft de aquel año. Como es habitual, Richter no saltó a la NHL de primeras y se curtió durante dos campañas en la Universidad de Wisconsin. Allí, el portero fue el novato en su primer curso y All-Star en el segundo. Finalmente, tras dos ejercicios en los Colorado/Denver Rangers de la IHL, equipo filial, New York le llamó durante los playoffs de 1989.
Camino a la victoria
Mike Richter perdió un partido en aquellas eliminatorias, pero se ganó un sitio en la plantilla de la próxima temporada. El cancerbero zurdo suplió a John Vanbiesbrouck en su campaña de rookie, en la que disputó 23 partidos regulares y seis de playoff. Richter se repartió el trabajo con Vanbiesbrouck durante los siguientes tres cursos hasta que el veterano salió traspasado a los Vancouver Canucks en 1993 y el guardameta de Abington recibió las riendas de la franquicia. Richter brilló en su primer curso como titular, que los aficionados neoyorquinos recuerdan especialmente bien.
En la temporada regular, el cancerbero defendió la meta de los Rangers en 68 ocasiones, 42 de las cuales terminaron en victoria, eventual plusmarca de su trayectoria y de la franquicia. Asimismo, sumó cinco porterías a cero y participó en su segundo partido de las estrellas, del que salió como el mejor jugador. Junto a Mark Messier, Brian Leetch y Adam Graves, Richter cargó con la presión de una ciudad y la maldición de una franquicia en sequía desde 1940. El estadounidense amarró al equipo a través de las eliminatorias con 16 triunfos y cuatro shutouts camino a la Copa. Para el recuerdo queda su crucial parada a un penalti de Pavel Bure en el Game 4.
Un Ranger de por vida
Una vez coronada la gran campaña, Mike Richter permaneció en los Rangers durante la totalidad de su carrera. El portero de Pennsylvania contribuyó a otras tres clasificaciones a la postemporada antes de que las lesiones empezaran a hacerle mella hacia el final de su trayectoria. Considerado el mejor guardameta estadounidense de los años 90, en 2003, tras aparecer en sólo 13 duelos, colgó la máscara. Richter reescribió la historia del club en cuanto a encuentros disputados (666) y victorias totales (301). Fue el primer cancerbero de New York en superar los 300 triunfos.
Apenas un año después de su retirada, en 2004, los Rangers subieron el número 35 del meta zurdo al tejado del Madison Square Garden. Intercalado con su éxito en la competición doméstica, Richter disfrutó también de la gloria internacional. La estatua de la Libertad impresa en la máscara del meta se encuentra en el imaginario colectivo del Team USA de hockey. Así, construyó su leyenda nacional en tres Juegos Olímpicos y tres mundiales. Mike Richter moldeó una figura inigualable bajo las brillantes luces de la Gran Manzana, a la que brindó su primera Stanley Cup en 54 años, para encajar a la perfección en el incomparable prototipo del portero estadounidense.