A principios de marzo de 1988, un traspaso sacudió los cimientos de la liga y cambió el destino de dos franquicias para siempre.
En el epicentro del cambio, un delantero de 23 años, Brett Hull, que procedería a grabar su nombre en el Salón de la Fama del hockey dos décadas después. Los Calgary Flames decidieron enviar a Hull, junto al también atacante Steve Bozek, a los St. Louis Blues por el defensa Rob Ramage y el portero Rick Wamsley. La arriesgada apuesta de St. Louis por extremo derecho surtió un efecto instantáneo, pues viró el rumbo de la franquicia hacia la relevancia deportiva.
Pese a colocarse como uno de los principales anotadores de los Flames en aquella temporada, Hull encadenó dos semanas sin participar en las alineaciones antes de su salida del equipo. Con el objetivo de guardar su salud como un activo de traspaso, el natural de Belleville, Ontario, apareció por última vez con Calgary el 26 de febrero, en un triunfo sobre los Vancouver Canucks. El traspaso de Hull supuso un cambio de juventud por experiencia que funcionó, pues Calgary fortaleció su ya profunda plantilla y alcanzó la postemporada con facilidad. En los playoffs, los Flames fueron barridos por los Edmonton Oilers de Wayne Gretzky. Sin embargo, construyó los cimientos para el éxito y logró la primera Stanley Cup de la franquicia el curso siguiente.
El legado de Hull en St. Louis
Una vez consumado el intercambio de piezas, Brett Hull tuvo un impacto inmediato en St. Louis. El joven ala derecha apareció en un total de 13 partidos de los restantes en la temporada regular, marcó seis tantos y registró 14 puntos. El delantero canadiense dio continuidad a su presencia ofensiva con nueve puntos más en diez encuentros en la postemporada. Los Blues derrotaron a los Chicago Blackhawks en cinco encuentros en las semifinales de la división, antes de caer ante los Detroit Red Wings también en cinco duelos en la final del sector. En su primer curso completo en St. Louis, Hull terminó con 41 goles y 84 puntos en su haber, más de uno por partido disputado.
La campaña siguiente, ‘The Golden Brett’ regresó transformado en un jugador más completo y demostró una paulatina mejora en sus capacidades defensivas y de patinaje. En aquella offseason, los Blues incorporaron a su primera línea en la alineación al delantero centro Adam Oates. Junto a él, Hull formó una dupla recordada por definir uno de los trienios más exitosos en la historia de la NHL. Desde el ejercicio 1989-90 hasta el 1991-92, el atacante de Ontario hizo sonar la sirena en 228 ocasiones – de las cuales 94 tras asistencia de Oates – y sumó 353 puntos en 231 partidos. Asimismo, Hull lideró la competición en tres temporadas seguidas.
El arquitecto de la franquicia
En las once campañas totales que Brett Hull disputó en St. Louis, amasó un total de 936 puntos en 744 compromisos de temporada regular. El delantero canadiense patinó sobre los hielos de la liga durante 19 años, para Flames, Blues, Dallas Stars, Red Wings y Phoenix Coyotes. Hull levantó dos Stanley Cups – en 1999 y 2002 – acudió al partidos de las estrellas en ocho ocasiones y recibió el trofeo Hart como el jugador más valioso para su equipo en el ejercicio 1990-91. Finalmente, en octubre de 2005, el extremo derecho anunció su retiro profesional. El cuento termina con un final feliz, pues apenas cuatro años más tarde quedó inmortalizado en el Salón de la Fama.
Respecto al traspaso, jugando con la ficción, un jugador de las capacidades de Hull podría haber construido una dinastía ganadora en Calgary. El impacto de Wamsley en los playoffs fue nulo y Ramage, por su parte, únicamente dejó huella en la postemporada de la 1988-89. En el lado contrario, mientras que los Blues no sumaron ninguna Copa a sus vitrinas con el atacante de Belleville en su equipo, éste mantuvo una presencia y un status constantes que hicieron de St. Louis un sitio apetecible para jugar. El legado de Brett Hull en la franquicia se recuerda todavía hoy y sigue presente cada temporada en la mente y los cánticos de los aficionados locales.