
La carrera como entrenador de Rick Carlyle en la National Hockey League (NHL) se define por dos aspectos básicos – en su personalidad y en sus equipos – trasladados desde sus días como jugador: su énfasis en una estructura defensiva y un estilo de juego físico y sin contemplaciones.

Conocido por su tenacidad como exzaguero en la liga, Carlyle transitó de forma fluida hacia el papel de técnico. De esta manera, su aventura tras los banquillos comenzó a finales de la década de los años 90, cuando tomó las riendas de los Manitoba Moose de la American Hockey League (AHL). No obstante, el canadiense empezó a hacerse un nombre como head coach desde su salto a las grandes ligas con los Anaheim Ducks – entonces Mighty Ducks – en 2005. En California, Carlyle inició la forja de su conjunto ‘modelo’. La dureza y el compromiso con la retaguardia le convirtieron en una de las figuras más respetadas de la NHL.
Su magnum opus llegó en apenas su segundo ejercicio en la liga, cuando llevó con mano firme a los Ducks a levantar la Stanley Cup
A tal efecto, el natural de Sudbury, Ontario, alcanzó la cima de su carrera con los Ducks. Bajo su visión y liderazgo, Anaheim transformó una buena plantilla en una escuadra dispuesta a pelear por la Stanley Cup. El proceso culminó apenas dos temporadas después, cuando la franquicia ganó su primera Copa y única hasta la fecha. Carlyle convirtió en un abrir y cerrar de ojos a los Ducks en una fuerza imparable en la competición; también en la campaña regular, pues en aquella 2006-07 el club terminó primero en la Conferencia Oeste. Sin embargo, el equipo subrayó los resultados con su disciplinado estilo de juego. La capacidad del entrenador canadiense para combinar un sistema defensivo castigador con el talento ofensivo de primer nivel en jugadores como Teemu Selanne o Ryan Getzlaf dificultaba a los rivales.
El camino de la efectividad
La final por la Stanley Cup de 2007 ante los Ottawa Senators demostró la eficacia de los planteamientos de Randy Carlyle en el principal escenario del deporte. El rotundo triunfo de Anaheim por 4 partidos a 1 en la serie supuso la confirmación en una especie de prueba del algodón para la ‘abigarrada’ filosofía del entrenador, volcada en sus jugadores. En este sentido, el técnico centró su plan en ‘ahogar’ a los habilidosos delanteros de Ottawa mediante el físico, además de un óptimo manejo del puck y una angosta zona defensiva. La retaguardia de los Ducks, liderada por Scott Niedermayer y Chris Pronger jugó un papel crucial a la hora de neutralizar la ofensiva de los Senators. Al mismo tiempo, Jean-Sébastien Giguère, que cuatro años antes había ganado el trofeo Conn Smythe como MVP de los playoffs, se hizo fuerte en su portería y llevó a cabo paradas precisas cuando la estructura defensiva se agrietaba.

En sí mismas, las plantillas dirigidas por Carlyle se desmarcaban por su completo compromiso con la causa. El canadiense valoraba su arquitectura por encima de cualquier otro aspecto. Sus conjuntos no se perdían en ostentosas jugadas o en partidos abiertos, sino que disfrutaban de una idiosincrasia en el hielo controlada y metódica. La intimidante presencia de sus defensas, que no hacían prisioneros para ir al choque o bloquear un disparo, permitía prevenir contraataques en inferioridad, dominar la zona neutral y tener la posesión de la pastilla. Pese a que el club contara en sus filas con grandes anotadores como Selanne o Getzlaf, los encuentros se controlaban desde detrás, donde la misión estribaba en limitar las ocasiones rivales. En definitiva, para Carlyle, el estilo no sólo era eficiente; mediante él ganaba campeonatos.
El éxito desde la retaguardia
La etapa de Randy Carlyle con los Ducks, si bien exitosa, no estuvo falta de complicaciones. Los cursos siguientes ‘bailaron’ entre las decepciones en las eliminatorias y los cambios en la plantilla, pero la reputación del canadiense detrás del banquillo permaneció intacta. En sus últimas temporadas como head coach – con los Toronto Maple Leafs y en un regreso a Anaheim en 2016 – Carlyle se enfrentó a la nueva generación de equipos anotadores, inclinados fuertemente hacia la velocidad y la verticalidad. Mientras que su esquema defensivo tenía sus méritos, la evolución del deporte hacia la rapidez y el ataque puso en jaque el tradicional sistema del natural de Ontario. Con todo y estos retos, la influencia de Carlyle quedó sellada en la historia de la NHL y su filosofía defensiva abrocha su legado en la competición.

En suma, la trayectoria del entrenador de Sudbury queda definida por un compromiso con la retaguardia como instrumento para alcanzar el éxito. Su magnum opus llegó en apenas su segundo ejercicio en la liga, cuando llevó con mano firme a los Ducks a levantar la Stanley Cup. Pese a que su idiosincrasia conservadora no fuera la más vistosa, demostró su efectividad en dos plazas bien diferenciadas – Anaheim y Toronto – y se extendió a través de más de una década como director de ambos conjuntos. En una competición que prima habitualmente los intercambios de golpes, el triunfo de Randy Carlyle con los Ducks sirve para recordar que los clubes ganadores de campeonatos se fundamentan en una estructura sólida, creíble y segura erigida por un arquitecto decidido y disciplinado.
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